Cornelia de Gades by Javier Tazón Ruescas

Cornelia de Gades by Javier Tazón Ruescas

autor:Javier Tazón Ruescas [Tazón Ruescas, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-29T16:00:00+00:00


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Entre tanto, la Urbe se desangraba. Pese a la existencia formal del segundo triunvirato, Antonio reforzaba su imperio oriental y decidió, cansado de la lucha de posiciones que había iniciado con Octavio, marchar sobre Roma, para lo que sitió Brindisi. En esta localidad tuvo lugar un memorable hecho de armas, o mejor de paz, pues los centuriones de los dos ejércitos, que habían luchado juntos con César, se negaron a combatir, y los triunviros no tuvieron otro remedio que tornar a unirse. Fulvia, la perforadora de lenguas, había muerto, y Antonio estaba libre para volver a casarse. Octavio le entregó a su propia hermana Octavia en matrimonio y aquel regresó a Alejandría.

No se amilanó por ello la experimentada Cleopatra; al contrario, buscó la manera de darle a Marco Antonio dos hijos mellizos, Alejandro Helios y Cleopatra Selene, y por si fuera poco un tercero, Ptolomeo Filadelfo; el general romano no quería quedarse corto en cuestión de criar cabezas bien formadas en las que depositar una corona. La pobre Octavia, que era una mujer bellísima frente al adefesio que tenía embrujado a su esposo, retornó a Roma espantada por el comportamiento de este; volvió preñada de la pequeña Antonia. El comportamiento para con su hermana fue una calculada humillación para la carne de Octavio. Este, enfurecido, decidió asaltar el templo de las vestales para que le entregasen el testamento de Antonio y, con él en la mano, se presentó en el Senado para demostrar que el indigno había dejado Roma como herencia a su hijo Alejandro Helios, y que tenía intención de convertir a la República en una provincia de Alejandría. Incluso todos se enteraron de las mandas que había instituido para que se les construyera a él y a su esposa sendas pirámides mortuorias. La guerra fue inevitable y Minor se implicó en ella como hombre de confianza de Octavio.

Yo no era por entonces muy viejo; no pasaría de los cincuenta y cinco años, pero la muerte de César me había afectado, pese a que supe lo que pretendía hacer conmigo. Fue demasiado dura la decepción, o quizá fue dura su traición, o la traición a los ideales de justicia que siempre habíamos construido juntos, o a Roma; lo cierto fue que no me quedaba ánimo para viajes y guerras. Además, todos los acontecimientos que vinieron después, trepidantes, confusos, violentos, terminaron por agotarme. Tras cumplir con mi mandato consular, en el 713, decidí retirarme a Capri para redactar estas memorias; cuatro años hace ya de esto y no espero más de la vida.

Pocas son ya mis ganas de escribir, que la soledad es muy mala consejera. Me siento enfermo y viejo. Cornelia, tras su matrimonio, sigue a Cayo Norbano hasta Hispania. Yo ni asistí a las celebraciones. Dicen que van a fundar allí una colonia sobre la colina en la que yo participé en una acción de guerra, mi primera batalla. Su ciudad se llamará Norba Cesarina, pero será levantada sobre las ruinas de Castra Cecilia. Minor será patrón de tal fundación.



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